Los relojes me apasionan. Nunca
he tenido grandes relojes, ni colecciono, pero soy de los que se quedan
embobados con los anuncios que aparecen en los periódicos, en blanco y negro.
Nunca he tenido grandes relojes
porque los grandes relojes son muy caros. No me gustan todos los relojes, me
gustan casi en exclusiva los relojes mecánicos, en general cualquier reloj que
no requiera de un cambio de batería para seguir funcionando.
Desde hace unos cinco o seis años
llevaba en mi muñeca un reloj mecánico Viceroy precioso. Muy bonito, pero que
me ha dado más problemas que un dolor. Poco preciso, poco resistente, poco
estanco… Mi reloj era muy bonito, realmente bonito, pero tirando a malo.
Siempre me ha apasionado la idea
de que ese reloj iba a durar exactamente lo que durase su dueño, es decir, yo.
Mientras mi cuerpecillo siguiese en movimiento (aunque sea poco) su mecanismo
de carga seguiría funcionando y, con o sin desviaciones (casi siempre, con)
seguiría marcando la hora. Seguiría funcionando hasta que yo permaneciese
quieto por un tiempo prolongado, fuese por muerte, o por cualquier otra
circunstancia. Mi reloj moriría conmigo.
Pero eso pensaba yo… la cruda
realidad es que mi reloj murió hace dos días en tierras riojanas. Murió en un
paraje espectacular, lleno de viñedos, de buenos caldos, de tiempo de mierda,
de campo que huele a campo. Murió feliz, cansado, borracho. Mi reloj padecía el
alzheimer de las cosas mecánicas desde hace tiempo, olvidaba el día en el que
vivía, incluso el mes y el año. Permanecía ya ajeno a la vida de su dueño, ya
no nos reíamos juntos como al principio. Mi reloj murió cerca de Laguardia sin
grandes espectáculos; murió de forma callada, como no queriendo interrumpir una
noche preciosa, de color burdeos, de risas y vino, de camas separadas.
Mi reloj me ha acompañado hasta
ese día en todo momento. Hemos viajado por el mundo, hemos volado con ryanair…
Me ha dado sustos de muerte cuando se escondía por casa y no daba con él.
Mi reloj ha vivido conmigo cosas
muy buenas, alguna mala y dura, pero siempre digo que soy un tipo con suerte,
han sido casi en su mayoría cosas buenas. Mi reloj adoraba ser mirado, y
llevaba con mucha dignidad las heridas de su cristal mineral (¿son las canas de
los relojes?).
Mi reloj ahora descansa en una
estantería con más recuerdos, en primera línea, para poder seguir siendo mirado
por mí. Ya no se oye su mecanismo, nada se mueve ya. Me da la impresión de que
el cabrón ha muerto con una sonrisa en la cara, la forma cóncava de su
calendario retrógrado dice lo contrario, pero yo estoy seguro de que es una
sonrisa.
Mi reloj ha vivido bien.
Ya te estoy echando de menos
viejo…
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